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En las últimas semanas hemos sufrido en el Perú las acometidas de la naturaleza como respuesta a la contaminación ambiental. Los ríos se desbordaron de sus cauces como consecuencia de enormes huaicos caídos desde las alturas andinas que soportaron intensas y prolongadas lluvias, que en mucho de los casos tuvieron duración de días enteros.

Esto ha provocado que las plantas de tratamiento de agua se vean incapaces de procesar, prácticamente, lodos. Todo ello derivó en desabastecimiento de agua potable con los riesgos sanitarios que ello conlleva.

Por ello traemos a la memoria un acontecimiento que tiene que ver con el agua y su importancia en la salud pública: «La Gran Epidemia de Cólera de 1854» en Broadwick Street, Soho, Londres; en donde cobra singular importancia las estadísticas y la fuerza de un gráfico que entonces suplía la falta de conocimientos médicos y bacteriológicos, hasta que en 1885 el alemán Robert Koch identificó la bacteria Vibro cholerae como la causante de la enfermedad del Cólera.

Entonces, en 1854, John Snow mostraba un alto compromiso con su comunidad. Tanto como ahora la solidaridad de héroes anónimos ayudando en el rescate de personas en riesgo, por ello la imagen de este artículo.

La Gran Epidemia de Cólera de 1854

El distrito de Soho es una de las zonas más pintorescas de la capital británica. Su irresistible mezcla de modernidad y tradición lo convierte en parada obligada para los numerosos turistas que, año tras año, frecuentan sus locales de impecable diseño o descansan sus doloridos pies en los encantadores parques que emergen aquí y allá entre las estrechas callejuelas. Con tal número de atracciones y el trajín característico del centro de toda gran ciudad es poco probable que se repare en una fiel réplica de una típica fuente de agua pública del siglo XIX ubicada en una esquina de la calle Broadwick. Sin embargo, este modesto monumento –porque de un monumento se trata- conmemora un evento de tal importancia que bien podría alzarse un centenar de metros e iluminar con un foco el cielo londinense.

Broadwick Street con una réplica de la bomba de agua y recordatorio de John Snow y su labor.

Erigida en 1992 en honor del epidemiólogo británico John Snow, la fuente de la calle Broadwick está desplazada apenas unos metros de otra idéntica que, en 1854, bombeaba agua procedente del Támesis para su uso por parte de la vecindad. En agosto de ese año fatídico se declaró en la zona una brutal epidemia de cólera que al cabo de tres días había matado a más de 100 personas y, a las dos semanas, más de 500. Más de tres cuartas partes de la población abandonó sus casas para escapar así de los vapores malsanos que se creía que era el medio por el que se propagaba la terrible enfermedad.

John Snow, médico eminente que un año antes había administrado personalmente cloroformo a la reina Victoria en ocasión de su séptimo parto, no opinaba lo mismo.

En un texto escrito en 1849 arguyó que el cólera no se transmitía por el aire sino por el agua. La comunidad médica prestó poca atención a sus argumentos, en buena parte porque no se apoyaban en ninguna teoría concreta acerca de qué era exactamente lo que el agua podía contener que causara la enfermedad. Las convicciones de Snow se basaban, por el contrario, en un auténtico arsenal de observaciones en las que se establecía una conexión inexorable entre el líquido elemento y la transmisión del cólera. Se trataba de una evidencia de tipo “meramente” estadístico, de una relación entre una causa y un efecto para la que, como se ha dicho, Snow no disponía de explicación. A pesar de ello, tan convincentes fueron las observaciones de Snow, y tan bien supo exponerlas, que sus contemporáneos no tuvieron más remedio  que aceptar sus tesis y, al hacerlo, la forma en la que las ciudades modernas proveen de agua a su población inició una transformación radical.

A la caza del criminal

El cólera es una enfermedad terrible cuyos síntomas principales son súbitos e intensísimos vómitos y diarreas que pueden provocar una deshidratación fatal. La epidemia de cólera que estalló el 31 de agosto de 1854 fue muy pronto caracterizada como “la peor en la historia del país”. Las cifras son espeluznantes : en 72 horas la cifra de víctimas ascendía ya a 127, muchas de ellas niños. A los tres días del estallido, Snow visitó la zona en compañía del reverendo local Henry Whitehead, y descubrió que la mayor parte de muertes se habían producido  en casas próximas a la fuente pública de agua de la calle Broad en su intersección con la Cambridge. Snow anotó:

“Al estudiar la zona, hallé que casi todas las muertes habían tenido lugar a poca distancia de la fuente de la calle Broad. Sólo diez de las muertes se produjeron en casas cuya fuente de agua más próxima no fuera aquélla. En cinco de esos casos, la familia me comentó que preferían el agua de la fuente de Broad a la de la que tenían más cerca, y en otros tres descubrí que las víctimas, unos niños, pasaban por la fuente de camino a la escuela”.

Al examinar la fuente, Snow no halló ningún rastro notable de contaminación. A continuación consultó los registros forenses e hizo una lista detallada de las muertes de los días pasados. Ninguno de los empleados de una fábrica de cerveza próxima a la fuente había contraído la enfermedad, y un asilo para pobres situado asimismo en las cercanías, que atendía a más de 500 personas, había registrado un muy modesto número de cinco casos fatales. Los informes diarios sobre la epidemia hablaban de nuevas víctimas en zonas alejadas, tales como Hampstead e Islington. Parecía que la tesis de Snow flaqueaba.

El médico redobló, no obstante, sus esfuerzos. Se paseó edificio por edificio, casa por casa, y averiguó que tanto el asilo para pobres como la fábrica de cerveza disponían de su propio pozo de agua y no consumían de la fuente. Una vez en Hampstead, la familia le informó que la víctima, una mujer, se hacía traer cada día una botella de agua de la fuente de la calle Broad porque “su sabor le gustaba más”. La sobrina de la mujer, que también había fallecido recientemente de cólera, hacía lo mismo. “¿Y dónde vivía esa mujer?” podemos casi imaginarnos a Snow preguntando. “En Islington”, fue la respuesta.

El médico escribió, en tono modesto: “La conclusión de mi investigación es, en consecuencia, que no hay estallido de cólera o presencia destacada de la enfermedad en esta parte de Londres excepto entre aquellas personas que tenían por hábito beber agua de la mencionada fuente”. Un escueto párrafo que iba a revolucionar la salud pública en todo el mundo.

El día 7 de septiembre, con la epidemia todavía desatada, Snow solicitó una reunión urgente con las autoridades locales y les comunicó sus hallazgos. Además del informe oral, Snow mostró un mapa de la zona en el que había marcado el número y la localización de las víctimas. Este mapa resultó tan convincente que al día siguiente la manija de la fuente fue retirada. El número de muertes cayó en picado y, en poco tiempo, la epidemia cesó completamente.

La fuerza de un gráfico

El mapa original de Snow se conserva en la actualidad en el Museo Británico. En 1855 se incluyó una versión mejorada en una edición revisada de su texto de 1849, un fragmento del cual se muestra a continuación. Seguramente resulta difícil para el lector moderno hacerse una idea de lo revolucionario del modo en que Snow presentó los datos de su investigación, ya el uso de las representaciones gráficas es ahora muy habitual para mostrar la información.

Fragmento del mapa de la zona del Soho donde estalló la epidemia de cólera de 1854. La fuente de la calle Broad se indica por medio de la leyenda “Pump”, en el centro del mapa. Las rayas horizontales indican las víctimas de cada vivienda.

Al señalizar cada víctima con una marca individualizada –las barras paralelas-, asignar el mismo peso visual a cada una de ellas y situarlas, vivienda a vivienda, sobre un mapa convencional, se hace evidente de un único vistazo el componente geográfico de la epidemia. Resulta obvio que la mayor parte de las muertes se acumulan alrededor de la fuente (”pump”) de la calle Broad, en el centro del mapa. Si se completa esta información con el celoso trabajo de campo llevado a cabo por Snow, la tesis de que el contagio de la enfermedad estaba directamente relacionado con la fuente no requería de ninguna teoría específica sobre la naturaleza de dicha relación. Las autoridades locales así lo entendieron, y el resultado de desmantelar la fuente fue no solo la erradicación de esa epidemia puntual sino la constatación de que el cólera podía transmitirse por un medio acuoso. Los experimentos llevados a cabo por Louis Pasteur entre 1860 y 1864 serían clave a la hora de consolidar la teoría de los gérmenes o agentes patógenos, y otorgaron así cobijo teórico post facto  a las observaciones de Snow. En 1885 el alemán Robert Koch identificó la bacteria Vibro cholerae como la causante de la enfermedad, y hacia finales de siglo buena parte de las urbes occidentales habían renovado sus redes de suministro de agua potable, alejando así el fantasma del cólera de las calles de medio mundo.

-[National Geographic – La Certeza Absoluta y otras Ficciones]

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